En la Atenas de Pericles (cénit de la democracia del
s. V a. C.) tiene lugar la llegada de los sofistas. Estos son extranjeros,
profesionales del saber, que cobran interesantes sumas de dinero por enseñar
“qué es la virtud”. Lo que ellos entienden por virtud es, en general, ciertas
habilidades útiles para el triunfo en la vida pública (oratoria, retórica,
erística). Muchos de ellos, como Lisias, también se dedican para escribir
discursos que otros leen en las asambleas.
De hecho, el significado de virtud (areté) no es otro que el de excelencia,
y se aplica a la vida pública. Destacar en la vida pública por los discursos o
las acciones, eso es, en principio ser virtuoso.
Junto a este fenómeno, hay que tener en cuenta que
los sofistas vienen de ciudades donde imperan normas muy diferentes a las
atenienses. Sobre todo por lo que se refiere a la organización política. De
acuerdo con esta diferencia, es también muy posible que Atenas fuese una ciudad
donde la tradición moral (el tradicionalismo) no tenía la fuerza que en otras
ciudades, como ciudad rica, poderosa y de gran movimiento cultural, es una
ciudad donde, en el ágora, todo es discutido. Nada es establecido de manera
definitiva e intocable por los dioses. Todo puede ser sometido a discusión.
Esto les hace defender un supuesto convencionalismo
en el orden moral y político, partiendo de la relatividad de las leyes
observadas en distintas ciudades: todo el orden social, político y moral sería
fruto de la convención (nomos) o acuerdo entre los ciudadanos,
bien entendido que aquí cabe incluir en el mejor de los casos el peso de la
tradición y la historia. La convención se refiere (al igual que en el caso del
lenguaje cuando es defendida) a un acuerdo “originario” postulado. Así cabe
interpretar la famosa proposición de Protágoras “El hombre es la medida de
todas las cosas”.
Obviamente, este convencionalismo es, de manera
implícita o explícita, un RELATIVISMO: todo es relativo, en este caso a las
sociedades humanas, que no deben responder a una physis previa. Y como todo relativismo moral, se apoya en un
escepticismo ontológico. Por eso no nos ha de extrañar que la consecuencia
lógica del relativismo protagórico sera el ESCEPTICISMO de Gorgias: 1) Nada es,
2) Si algo fuese, no podría ser conocido, y 3) Si algos fuese y pudiese ser
conocido no podría ser dicho.
Frente a esto, el intelectualismo moral defendido tanto por Sócrates como por Platón
y Aristóteles, sería una propuesta relacionada como una defensa de la moral por
physis. En este caso, lo que quiere
decir “physis” es algo universal e
invariable para todos los pueblos. Sería el objetivismo moral opuesto al
relativismo moral sofístico.
Se suele hablar de dos
generaciones de sofistas. Los más destacables de la primera serían: Protágoras
de Abdera, Pròdico de Ceos, Hipias de Elis y Gorgias de Leontini. Los más
destacados de la segunda (ya hacia el puento entre el s. V y el IV a. C.)
serían Trasímaco y Calicles. Mientras que los primeros, a pesar de defender la
relatividad de los valores –como todos los demás- adoptan posiciones
respetuosas con el orden establecido, de concordia y moderadas, los sofistas de
la segunda generación caen o bien en la erística (simple juego lingüístico de
nulo valor para la vida) o bien, si nos tomamos en serio sus tesis tal como son
expuestas en los diálogos platónicos, son propuestas desorbitadas,
simples, reduccionistas e incluso
peligrosas políticamente, como la defensa de Caliclés de la ley del más fuerte
(que por cierto, si que es una defensa de la physis en el campo de la moral).
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