sábado, 10 de noviembre de 2012

LOS PRESOCRÁTICOS

La figura de Sócrates es tan importante en la Historia de la Filosofía, que la filosofía antigua se divide en filosofía presocrática y todo lo que viene después: Sócrates, Platón, Aristóteles y filosofía helenística.

Todos los filósofos presocráticos tienen en común la pregunta a la que intentan responder. La pregunta por el arché de la physis. Arché significa en griego: principio, fundamento, gobierno,…y hay que pensarla en el sentido en que estas tres traducciones son traducciones de un mismo concepto: aquello que gobierna es lo que está al principio y por eso es fundamento. En toda la filosofía antigua el fundamento ontológico es también el fundamento u origen temporal. También hoy en la física contemporánea. Por otro lado, la physis es la naturaleza pero esto no quiere decir exactamente los bosques y los animales. Un animal es naturaleza si no está en función de la producción humna. Un animal doméstico o de granja, ya no es naturaleza  en ese sentido. Un arbol deja de ser naturaleza en tanto que es considerado como madera para hacer una silla. Así la physis es sólo el contrapunto de la techné. Es por naturaleza todo lo que no es por arte, todo lo que no está en relación con el hacer humano y está sujeto a finalidades humanas. Por lo tanto, como hemos dicho, nada es por physis o por arché en términos absolutos, sino sólo en una determinada consideración: “en cuanto a….”.

En resumen, es conveniente mantener estas dos palabras en el original griego para no perder la profunda riqueza de las posibles traducciones: “el fundamento de la naturaleza”, “el origen del mundo natural” o “lo que gobierna la naturaleza de las cosas” serían tres traducciones igualmente posibles de esta pregunta originaria del pensar filosófico.

Usualmente se suele distinguir entre los presocráticos físicos y los metafísicos. Siendo el lenguaje utilizado y el objeto de la filosofía el mismo, los segundos se distinguen de los primeros por entender el principio buscado ya no en un sentido meramente material sino como una explicación de la totalidad del Ser. Si bien, de entrada habría que considerar su filosofía como ontología (respuesta a la pregunta sobre el ser del ente), también es cierto que la pregunta ontológica arraiga en una determinada concepción de la physis que se ofrece como modelo y punto de partida de todo el preguntar ontológico. En este sentido, es lícito entender su reflexión filosófíca como metafísica.

Los presocráticos físicos los dividiremos en dos categorías fundamentales: los milesios y los pluralistas. El planteamiento de todos ellos es semejante: todos buscan el arché de la physis que, además, lo entienden en sentido material. Sin embargo, los pluralistas son una respuesta al gran reto que supone el monismo de Parménides, sobre todo después de las versiones de las paradojas de Zenón sobre el movimiento. Como respuesta a ello, el principio ya no podrá ser único.

En esta categoría se incluye a Tales, Anaxímenes, Anaximandro y los llamados pluralistas (sobre todo Anaxágoras y Demócrito).

La pregunta filosófica consiste en la búsqueda del arkhé de la physis. Sobre la formulación de esta pregunta hay que advertir de lo siguiente: Sólo en el caso de Anaximandro y de los pluralistas conservamos algún fragmento, y en ellos no está claro que se hable del arkhé de la physis. Donde aparece propiamente esta terminología es en Aristóteles, en el contexto de la elaboración de su breve historia de la filosofía, contenida en la Metafísica, y en los comentaristas posteriores. Incluso se podría pensar que la preocupación es más aristotélica que presocrática. En Heráclito y Parménides, de los que se conservan más fragmentos, ni hay ninguna mención a l’arkhé.

La physis es la naturaleza, pero entendida como lo que crece, surge y cambia, se genera y degenera por ella misma. Lo que tiene en sí mismo el principio de generación y destrucción. El arché es el principio, pero también el gobierno (de la nave, por ejemplo). Por ello, hay que entender que es lo que hay al comienzo de todo (inicio temporal) y que rige todos los cambios (toda generación y destrucción). Ambos sentidos están relacionados: para gobernar, la physis tiene que estar presente desde el principio.

Para Tales (630-545 a.C.), el principio, el elemento que lo gobierna todo y del que todo procede es el agua. Para Anaxímenes (585-524 a.C.), en cambio, es el aire. En ambos casos es un elemento de los tradicionales en la cultura griega. Para los griegos, había cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego, relacionados por relaciones de oposición (cálido-frio-seco-húmedo). Un elemento es aquello que no puede ser reducido a ninguna otra cosa, sino que todas las substancias de la naturaleza son combinaciones de ellos. Por eso, en un primer acceso a la pregunta por el gobierno de la naturaleza es lógico pensar que el arkhé tenga que ser alguno de estos cuatro elementos, con lo cual se está diciendo, implícitamente, que sólo él (el arkhé) es el verdadero elemento. Un grado mayor de problematización hallamos en Anaximandro (610-546 a.C.), para el cual el arché es lo apeiron, derivado de peras (límite o final). Así, lo apeiron sería lo indeterminado o indefinido, lo que no tiene límite ni final. Efectivamente, si hay algún elemento primordial a partir del cual fuesen generados todos los demás, este elemento no podría tener principio (pues él es el principio de todo). De hecho, esta física cosmológica no es más que una reformulación de la cosmogonía griega, según la cual, en todas sus versiones, el mundo (kosmos, es decir el todo ordenado) deriva siempre del kaos (lo mismo, pero sin orden). Para la mentalidad griega no hay un origen del todo a partir de la nada; esto sería intelectualmente incomprensible, tal como demuestra más adelante Parménides. El mundo no es aquello que aparece a partir de la nada, sino la reorganización de todo, de manera que se haga presente la ley (logos o nomos) que gobierna la totalidad. La creación del mundo es la aparición de la ley universal. Este apeiron también es aquello a donde todo ha de ir a parar, según la retribución mutua de la justicia (diké): “…el nacimiento a los seres existentes les viene de aquello en lo que se convierten al perecer, según la necesidad, pues se pagan mutua pena y retribución por su injusticia según la retribución del tiempo” [1].

Aunque en los filósofos presocráticos no podemos trazar de ningún modo una clara frontera entre lo que es “físico” y lo que es “metafísico”, hay que recordar que su arkhé es concebido también en téminos muy concretos y abundan las especulaciones sobre los procesos materiales que podrían haber tenido lugar en la formación del mundo. Por ello, también investigaron lo que hoy clasificariamos como “astronomía” y por ende “matemáticas”, dando resultados muy notables.

Así Tales, fue considerado como uno de los siete sabios de Grecia, entre otras cosas porque supo predecir el eclipse de Sol de 585 a.C. dejando atónitos a los milesios. Los intereses de Tales también eran de orden práctico, su famoso teorema, base de la trigonometría, le permitió conocer la distancia entre las naves en el mar, o medir la altura de las pirámides.

Parece probado que Anaximandro (un poco más joven que Tales) afirmó la existencia de mundos infinitos (aunque más bien en la sucesión del tiempo). Inventó el gnomon que, midiendo la sombra según la estación podía indicar la latitud, y fue el primero en trazar un mapa terrestre. También observó la existencia de restos fósiles marinos en algunas cuevas, llegando a la sabia deducción de que los mares estaban retrocediendo y de que la vida debía de haberse formado en lo húmedo.

Anaxímenes, según cálculos hipotéticos, parece ser que fue el más joven de los milesios (unos 22 años más joven que Anaximandro). Aunque poner nuevamente un elemento como arkhé es una cierta regresión respecto a Anaximandro, hay una mayor elaboración de la teoría, es decir, de cómo el aire, a través de rarefacciones y condensaciones puede dar lugar a las diferentes cualidades que componen los tres restantes elementos. Al concebir, además, el aire en continuo movimiento, tiene una noción muy próxima al atomismo posterior, en que las partículas de aire podrían ser consideradas los “protoátomos” que dan lugar a los diferentes elementos en los procesos ya citados de rarefacción y condensación.  Por otro lado, también supuso una regresión su cosmología respecto a la de Anaximandro, ya que, como consecuencia de hacer el aire el elemento fundamental, concibió el firmamento como cuerpos planos cabalgando sobre el aire: “La tierra es plana y cabalga sobre el aire, e igualmente el sol, la luna y los demás cuerpos celestes, todos de fuego, cabalgan sobre el aire, debido a que también son planos.


Aunque los hayamos incluido en el marco de los presocráticos físicos –pues lo son-, hay que tener en cuenta que son posteriores en el tiempo y han asimilado ya un cierto bagaje filosófico.

Este bagaje se concreta en el conocimiento que pudieron tener de los presocráticos metafísicos y sobre todo de la filosofía parmenídea (o de alguna versión de ella, como la de Zenón y sus paradojas sobre el movimiento). Así pues, en cierto sentido, los pluralistas constituyen una respuesta a las consecuencias de la revolución que supone la metafísica de Parménides. Ya podemos avanzar que ellos extraerán de su doctrina la concepción de que los cambios que nos muestran los sentidos son pura apariencia, porque la verdadera realidad (el ser) no puede comenzar ni dejar de ser. Desde un punto de vista material (como es el de los materialistas), esto significa que todo cambio (y, en definitiva, todo movimiento) es el resultado de combinaciones de elementos eternos e inmutables (es decir, con las propiedades del ser). El caso más de acuerdo con nuestro sentido común epocal es el del atomismo de Demócrito (460-370 a. C., 10 años más joven que Sócrates): todo lo que vemos sería resultado de combinaciones entre los infinitos átomos que hay en el universo: átomo es precisamente una palabra griega que significa “indivisible”. Así, todo lo que nos muestran los sentidos son cualidades puramente subjetivas, resultado del encuentro de átomos exteriores con los nuestros, pero no se dan en la realidad. Las únicas diferencias entre átomos son de forma, medida y posición. Para Empédocles (490-430 a.C.), en cambio, hay cuatro tipos de átomos: fuego, aire, tierra y agua. Para explicar las diferentes combinaciones entre ellos, que dan lugar a todas las sustancias físicas, Empédocles habla de Amor (atracción) y Odio (repulsión), como fuerzas básicas del universo.

Para Anaxágoras (500-428 a.C.), probablemente el autor del pluralismo más complejo, no hay átomos, en el sentido que la división de la materia no tiene ningún punto final. Para explicar los procesos naturales, Anaxágoras llega a la conclusión de que “en todo hay de todo” [2]. Estos conjuntos básicos son “homeomerías” porque son parecidos en todos los cuerpos y se denominan semillas (spermata). Todos estos cambios están gobernados por una inteligencia (Nous), de una materia mucho más sutil.

Según cuenta Platón en el Fedón Anaxágoras todo lo atribuye a la mente, pero luego no lo explica tomando como causa lo mejor (la mente actúa según lo mejor) sino el aire o el éter (98c).

Allí Sócrates critica la concepción materialista de Anaxágoras: "Una cosa es la causa real de algo y otra aquello sin lo cual la causa nunca podría ser causa". Para Sócrates lo que falla es el método, no el contenido. "Se apoderó de mí el temor de quedarme ciego de alma si miraba a las cosas con los ojos y pretendía alcanzarlas con cada uno de los sentidos".

Para los atomistas, los primeros, según parece, en plantear la cuestión, el peso es algo relativo: depende de la cantidad o magnitud de los átomos que compongan un cuerpo. Puesto que hay dos principios de los cuerpos, a saber, los átomos y el vacío, basta con que varíe la cantidad de vacío que contiene un cuerpo para que varíe su peso. Esto implica que todos los cuerpos tienen peso; lo único que ocurre es que unos pesan más que otros y a los que pesan menos que el aire les llamamos leves.


De Pitágoras se sabe muy poco. El misterio envuelve la secta del pitagorismo. De hecho, la mayoría de las práctricas religiosas en Grecia eran mistéricas. De él, sólo se sabe que nació en Samos en el 570 a.C., donde recibió la influencia de religiones orientales. Parece ser que, por causas políticas, se vio obligado a emigrar al Sur de la actual Italia, donde creó comunidades en diversas ciudades (Tarento, Crotona, etc.). Estas comunidades eran lo que podemos llamar una secta: con vida en común, prácticas religiosas y prohibiciones curiosas.

Al igual que en las doctrinas órficas, se parte de la división entre cuerpo y alma, con características contrarias. Esta caracterización es la misma que encontramos en el Fedón platónico. El alma es inmortal y pasa de cuerpo en cuerpo (de cualquier ser vivo). Es decir, creen en la transmigración de las almas. Mediante la purificación, el alma puede escapar de este círculo y acceder a la vida de los astros, es decir, a la vida divina. Para ellos, el cielo era la divinidad. Así, la purificación era la meta de toda comunidad pitagórica y el sentido de las prácticas, las prohibiciones y el estudio. La pureza del alma es la armonía y el orden (kosmos) de los elementos. Cosmos significa también la proporción entre los elementos, concepto pitagórico fundamental.

Uno de los descubrimientos fundamentales del pitagorismo es la proporción musical: los intervalos de sonido corresponden a proporciones matemáticas. Ello hace que consideren sagradas tanto la música como las matemáticas. De hecho, se podría decir que, para ellos, el arché de la physis son los números. Al menos, así es como se expresa Aristóteles. Pero su teoría sobre el mundo es también dualista: existe lo ilimitado y el límite (peras y apeiron). Hay que tener en cuenta que para los pitagóricos los números también eran dimensiones (y no una entidad abstracta): el uno es el punto, el dos la línea, etc.

Ejemplos de descubrimientos matemáticos: el famoso teorema de Pitágoras; todo número cuadrado es la suma de números impares (1+3+5+7 = 16, +11 = 25, y así sucesivamente). Pero, además, toda esta teoría era también una teoría axiológica, como en toda secta. Así, existía una tabla con lo que era positivo y negativo:
  • positivo: límite, impar, unidad, derecha, masculino, inmóvil, rectilíneo, luz, bondad y cuadrado.
  • negativo: ilimitado, par, múltiple, femenino, cambio, curvo, oscuro, maldad, oblongo.
En lo que respecta a la cosmología, al margen de peculiaridades como la suposición de una Antitierra que explicaría los eclipses, son probablemente los primeros que postulan que la Tierra es una esfera que se mueve y que no está en el centro del universo.


Jenófanes es un autor al que cuesta situar en el marco filosófico del momento y al que, como mucho, se suele citar en relación con su crítica al antropomorfismo religioso. Nosotros lo hemos incluido por comodidad en el apartado del espiritualismo, pero igualmente podría ser incluido como un pensador metafísico, ya que su concepción de la divinidad es plenamente metafísica.

En realidad hay que considerarlo como un pensador teológico en sentido estricto, en que la teología no puede ser separada de la filosofía. En efecto, para él, Dios es el principio único del universo (el arché podríamos decir), y este Dios, que no tiene nada que ver con los comportamientos humanos (eso es lo que objeta a Homero y Hesiodo), no es visible para los mortales. Es algo así como la causa de la armonía invisible heraclítea.


En este punto nos vemos obligados a seguir, como en tantos otros, la primera historia de la filosofía conocida, la que incluye Aristóteles en su Metafísica. Los filósofos que incluimos en este capítulo son fundamentalmente Heráclito y Parménides, en los que ya hay un nivel de reflexión filosófica sobre el todo, que no permanece en la pura conexión causal de la naturaleza.


Heráclito nos legó la totalidad de su obra en forma de aforismos. Como en otros casos, la elección del modo de transmisión no puede ser separada del contenido filosófico. Él eligió la forma del aforismo porque no escribe para todos los mortales, sino sólo para aquellos que esten en posición de escuchar[3], es decir, para aquellos que estén despiertos. De alguna manera, aquellos que ya han visto por ellos mismos. Heráclito dice que hay que escuchar al logos y no a él.

Él busca el arché igual que los demás presocráticos, pero, para él, lo que lo gobierna todo es el fuego, que no ha de ser entendido simplemente como otro de los elementos de la physis, sino, sobre todo, como un símbolo. El fuego es símbolo de destrucción, y la destrucción mutua es lo que acontece en el conflicto, en la guerra (polemós). Así, la physis es esencialmente este acontecer o devenir. El devenir no es azaroso o arbitrario, sino que es un acontecer según reglas inalterables, y estas reglas son el logos. Día-Noche, Invierno-Verano, Vida-Muerte: todas estas cosas son apariencias de una ley más profunda que lo gobierna todo y que dictamina su alternancia ordenada. Es decir, lo que hay es una Armonía en el conflicto de los contrarios. Esta Armonía, ley o razón es el logos porque es aquello que es común a todo, y es arché porque todo lo gobierna: Dicho casi en griego: el arché de la physis es logos porque la physis es kosmos.

En el fragmento 212 nos dice que « la guerra es el padre y el rey de todas las cosas », es decir, la guerra (simbolizada por el fuego) es el arhé aquello que gobierno todo, constituyendo el fundamento del devenir o fluir del mundo. Ahora bien, puesto que el fundamento que todo lo acoge ha de aparecer como logos, la guerra no puede ser la destrucción total, ninguno de los extremos en conflicto podría desaparecer totalmente, ya que esto destruiría la justicia universal (diké) que aquí gobierna igual que en Anaximandro. Por eso afirma también que “la justicia es discordia”, utilizando ese estilo tan estimado en él que consiste en mostrar en un aforismo la identidad de términos supuestamente contradictorios. Y es que la filosofía no es para el común de los mortales, sino sólo para aquellos que están “despiertos”. La metáfora del sueño y el despertar, seguirá vigente en nuestra cultura al menos hasta Descartes. En resumen, la justicia, que se muestra como polemos debe mantener su apariencia en la tensión (como la del arco y la lira, dice). En esta tensión entre contrarios, que se transforman unos en otros, en ello radica la unidad del todo.

Observemos que, a diferencia de Parménides, Heráclito no niega validez a la vivencia de la experiencia, sino sólo si no se sabe interpretar. Él afirma el devenir, y el devenir es algo que observamos, lo que ocurre es que los sentidos son inútiles para aquel que no sepa interpretarlos (para aquel que está como dormido, para aquel que parece tener una inteligencia particular). Por supuesto, esta es la figura del filósofo: el que está despierto, el que entiende “lo común”, el que sabe interpretar lo que ve. La cuestión es que el logos ha de ser uno, y no múltiple como parecen mostrar los sentidos. Esto es algo que encontraremos de manera decidida en la búsqueda platónica de la idea aunque éste último crea que lo afirma contra Heráclito: la multiplicidad de los sentidos (y del placer a ellos vinculado) debe leerse en términos de la unidad del logos (o la idea). El flujo es, ciertamente, la renuncia al despertar.

Siguiendo la pista del aforismo 212 aún encontramos algo interesante: “a unos los muestra como dioses, y a otros como hombres”. Este es un de los textos filosóficos más atrevidos, por el que cualquiera podría ser condenado por impiedad. Pues fijémosnos que la diké del polemos se sitúa incluso por encima de los dioses. El ser dios u hombre es sólo una máscara, una apariencia más en ese flujo continuo del devenir gobernado por el polemos. A diferencia de la concepción mítica del universo según la cual sólo el destino está por encima de dioses y hombres, aquí nos encontramos que dioses son sólo una parte de la realidad, un extremo de la tension, gobernados por un principio que el filósofo puede conocer. La tensión que todo lo gobierna es la del arco y la lira, fragmento muy citado y poco comentado. Observemos que si el arco es un instrumento de destrucción, la lira produce algo tan celestial como la música, la armonía, la belleza. Uno no puede ser sin lo otro. La misma tensión que subyace en todo conflictor aniquilador es necesaria para producir la armonía y la belleza.

Con respecto a la teología de Heráclito, y al hilo del fragmento que hemos comentado hay que decir dos cosas:

  • Por un lado, estos “dioses” en plural, son los dioses homéricos o hesiódicos, de la tradición griega (del mito), pero no el Dios único (Zeus) que aparece en otros aforismos como imagen de la justicia divina muy por encima de la percepción humana. La justicia divina es precisamente la visión no particular de cada hombre (de aquellos que parece que tuviesen una inteligencia particular), la visión total. El hombre, como elemento que forma parte de la misma tensión, no puede ver que en el fondo hay justicia. Si el hombre pudiese entender su propia destrucción, su muerte, como parte de la justicia universal, ya estaría por encima de la simple condición mortal.
  • Con ello nos queda la siguiente pregunta: el hombre que puede contemplar esta armonía universal, por encima de su simple condición mortal ¿es ya un dios? No ciertamente, pues con ello no deja de ser mortal, pero sí que detenta un conocimiento en principio sólo reservado a los dioses: el conocimiento del todo. Por ello, encontramos aquí una confirmación de la tesis del filósofo checo J. Patočka según el cual la filosofía nace como una hybris, como una insolencia ante la limitación de la condición humana que los dioses han impuesto a los inmortales. Esta insolencia o hybris es castigada en el mundo del mito: así Edipo, así Adán y Eva.

Hay una cierta tradición, encabezada por el mismo Aristóteles, que contrapone Parménides a Heráclito de manera erística. Si Heráclito afirma que “todo fluye”, Parménides afirma que “nada cambia”, si uno afirma que el no-ser es (és más, que es lo único que verdaderamente es), el otro afirmaría que sólo es el ser, etc. Estra tradición interpretativa, aún hoy día presente en multitud de manuales de filosofía no responde a la obra escrita que poseemos de ambos filósofos. En el caso del primero, ya hemos visto como formula la respuesta a la pregunta ontológica a través del logos, lo que es común o la armonía resultante de la tensión entre los opuestos. Ciertamente, en Heráclito hay algo que se mantiene imperdurable a través de todo cambio, y esto es el logos, que es polemos.

De manera análoga, tampoco Parménides niega el cambio, entre otras cosas porque no afirma que “el ente es”. De afirmar tal trivialidad, no habría pasado a la memoria histórica de la filosofía. Lo que Parménides afirma es algo mucho menos trivial y, no por ello, menos necesario: que el ser es. Dicho de otra manera: aquello en lo que consiste el ser de todo lo que es, es imposible mostrarlo sin convertirlo a la vez en ente. Cuando Parménides afirma la posibilidad de sólo dos vías: la de la Verdad y la de la Opinión de los mortales, está haciendo algo muy parecido a Heráclito cuando afirma que “malos testimonios son los sentidos para aquellos que no saben interpretarlos”: contraponer la unidad del Ser a la multiplicidad del flujo.

4.2.2. SU POEMA


En lo que respecta  al aspecto de experiencia mística del proemio o introducción, hay que tener en cuenta que Parménides de joven fue pitagórico y estaba familiarizado con las sociedades místico-secretas.

La forma es aquí tan inseparable del contenido filosófico como en el caso de Heráclito. Parménides escribe un poema en lenguaje mistérico porque presenta la verdad como una revelación divina. Al igual que en Heráclito, la verdad es algo que sólo puede ser puesto en el texto de manera parcial. Detrás debe ir la intuición y el esfuerzo humano por aprehender la palabra que, por sí sola no es nada.

“Las yeguas que me arrastran me transportan tan lejos como mi ánimo deseaba, cuando las diosas conductoras me trajeron al famoso camino, el cual guía al hombre sabio a través de todas las ciudades”.

Si para llegar al conocimiento se requiere un camino adecuado  también son precisos otros medios: caballo, las Helíades (hijas del Sol) y Eros. El conocimiento requiere amor, esfuerzo y deseo.

Los caballos y las Helíades significan respectivamente el impulso y la dirección de éste: la vocación personal a la sabiduría (tema principal entre los filósofos griegos). La figura de las Helíades es dual: indican lo objetivo y lo subjetivo elevado del hombre. Son el puente de unión entre lo objetivo, el sol, la verdad y el hombre que en su parte más elevada debe asemejarse y tender al sol.

Así, la diosa muestra a Parménides un camino “alejado de los transitados senderos de los hombres”, un camino cuya puerta está asegurada con cerrojo. Es un camino que, al igual que el de Heráclito no está hecho para la mayoría de los mortales. Seguramente la aristocrática y mistérica transmisión es lo que es necesario explicar a través de la forma. A diferencia del tratado posterior, lo que escriben estos filósofos no va dirigido a todo el mundo, sino sólo a unos cuantos. Esto quiere decir que no se persigue el convencer (como en los tratados sofísticos), sino el “hacer ver” a aquellos que ya se encuentran en la disposición adecuada, a aquellos que ya saben “escuchar”

En este poema, la diosa (la única que “sabe” y es inmortal) muestra el camino a un joven (que ha de aprender aún). Esto que le muestra es el camino del Ser, la Via de la Verdad.

La Vía de la Verdad, a diferencia de la Vía de la doxa en la que no hay verdadera convicción, es el único camino transitable, el camino de lo que hay realmente en el mundo. Este es el momento en que queda inaugurada explícitamente la Metafísica. Si nos planteamos de manera ingenua la pregunta “¿qué es lo que hay en el mundo?” responderemos: el día y la noche, el verano y el invierno, la vida y la muerte. Pero, ya sabemos por Heráclito que esos opuestos son sólo la apariencia de una realidad inmutable que es la continua lucha entre ellos, son diferentes aspectos del mismo fuego. Lo único que hay es una armonía invisible (lo que es común) más intensa que la visible. Pues bien, esto único que hay, esto es el ser. Lo mismo que era el logos para Heráclito. Pero además Parménides explicita en otro sitio que lo mismo es legein y einai (lo mismo hay para el ser y para el pensar). Lo que no es, en realidad no puede ser pensado, el camino del no-ser es ignoto. Y lo que no puede ser pensado, no puede ser nunca.

Lo que no puede ser pensado es cómo el día puede proceder de la noche si son dos cosas diferentes. Si el día y la noche fuesen realmente diferentes, entonces no estarían gobernados (arché) por una regla inalterable que dictamina cuando es día y cuando es noche. Hay una armonía que gobierna sobre ellos. La noche no puede ser pensada sin el día y al revés. Esto sólo puede querer decir que lo que siempre es no puede ser el día o la noche, sino algo constante (lo común para Heráclito). Este algo constante no puede ser percibido con los ojos. Esto es la ley del cambio. El cambio sin ley sería irracional y aleatorio. Por eso, el camino del ser es “ingenerado e imperecedero, completo, intrémulo y sin fin, y no fue antes ni será, sino que es todo a la vez, uno, continuo. Pues, ¿qué nacimiento le buscarás?¿cómo y de dónde se habría formado?”.

Obviamente, lo arché no puede nacer de nada, ya que es a partir de ello que se genera todo nacimiento. Lo arché siempre es lo que está determinando y dictaminando todo cambio.

¿Qué necesidad impulsa a la noche a ser noche? ¿qué necesidad impulsa a todo a crecer y cambiar? ¿qué necesidad nos impulsa a mirar? Sea cual sea, esta necesidad no comienza a existir ni deja de existir, pues es la misma necesidad de la existencia. Y esta necesidad, siempre es. De la misma manera y por el mismo motivo, el ser no puede dejar de ser. No hay ninguna necesidad que explique esto. Lo que es sólo apariencia (como el día o la noche) es lo que realmente no es: Via de la doxa. Desde el momento en que damos una explicación al cambio, sea a la noche, deja de ser algo: el hecho de que la Tierra está transitoriamente de espaldas al Sol. Todo lo explica el movimiento. Lo único que hay es el movimiento, que siempre es.



[1] N. 110. Todas las citas de filósofos presocráticos serán referidas a la recopilación de Kirk-Raven-Schonfield, en versión castellana, citada en la biliografía final.
[2] ¿Cómo explicarían los otros atomistas, si no, que la digestión de la verdura, por ejemplo, se transforme en fibra nerviosa?
[3]  Obviamente, ésta, como todas las que seguirán, es una paráfrasis de algún aforismo de Heráclito. Por comodidad para el lector, no llenaremos el apartado de notas a pie de página para señalar los fragmentos de DK a que nos referimos.  Por el contrario, aconsejamos al lector, que tenga en la mesa, el conjunto de aforismos de Heráclito mientras lee este apartado. Los mismo es válido para la sección de Parménides.

No hay comentarios:

Publicar un comentario