1. CONTEXTO HISTÓRICO DE LA ATENAS DE SÓCRATES Y LOS SOFISTAS
El siglo V a.C., en el que tiene lugar la llegada de
los sofistas a Atenas y en el que Sócrates vivió y filosofó, es un siglo
especialmente significativo en la historia ateniense y griega. Este siglo queda
abrazado por dos grandes guerras: la primera llevará a Atenas a su máximo
poderío y esplendor político, la segunda de ellas significará la decadencia y
pérdida de poder de esta ciudad.
La primera de las guerras mencionadas consiste en
una serie de batallas que los atenienses capitanearon contra los Persas. Son
las llamadas guerras Médicas que abrazan del 490
a .
C. al 477 a .
C. bajo el gobierno de Temístocles. Como hemos dicho, las Guerras Médicas
consisten en una serie de batallas en que la democracia ateniense capitanea la
lucha contra un imperio tan poderoso como el de los persas, que querían
apropiarse de las colonias griegas de Asia. Las batallas más famosas, y que
serán mencionadas por doquier, son la de Maratón (el 490 a .C.) y la de Salamina (480 a . C.). Los persas, sin
embargo, habían vencido en la misma década a los espartanos en las Termópilas.
Todo
esto hace que la ciudad de Atenas se sienta más orgullosa que nunca. Una
democracia, a la que se suele objetar su falta de orden y disciplina, vence a
un gran imperio, mientras que un ejército tan sumamente disciplinado y
organizado como el de la timocracia espartana, es derrotado. Es en este periodo
de gloria política ateniense que se delimita entre las dos guerras (entre el
477 y el 431 a .
C.) en el que cabe situar el esplendor también cultural de Atenas y la llegada
mayoritaria de sofistas. Es del 462
a . C. al 429
a . C. cuando encontramos el apogeo de la cultura y la
democracia griega, bajo el mandato de Pericles, que fortalece todas las
instituciones democráticas, sobre todo la asamblea, que había ido ganando poder
en las guerras Médicas.
En
este contexto tiene lugar la llegada de la primera generación de sofistas. Se
suele hablar de dos generaciones de sofistas. Los más destacables de la primera
serían: Protágoras de Abdera, Pródico de Ceos, Hipias de Elis y Gorgias de
Leontini. Los más destacados de la segunda (ya hacia el puente entre el s. V y
el IV a. C.) serían Trasímaco y Caliclés. Mientras que los primeros, a pesar de
defender la relatividad de los valores –como todos los demás- adoptan
posiciones respetuosas con el orden establecido, de concordia y moderadas, los
sofistas de la segunda generación (es decir, ya en plena crisis ateniense) caen
o bien en la erística (simple juego lingüístico, de nulo valor para la vida) o
bien, si nos tomamos en serio sus tesis, tal como son expuestas en los diálogos
platónicos, son propuestas desorbitadas, simples, reduccionistas e incluso peligrosas
políticamente, como la defensa de Caliclés de la ley del más fuerte (que por
cierto, sí que es una defensa de la physis
en el campo de la moral).
Pero
en política, todo gran éxito puede convertirse fácilmente en un fracaso. Atenas
aprovechará su posición preponderante en la confederación que había ganado la
guerra, la llamada Confederación de Delos,
para mantenerla como una alianza frente a cualquier otra posible agresión a
alguna de las ciudades que la formaba (digamos, como la OTAN actual).
Obviamente, este compromiso de asistencia mutua, era también un compromiso
económico del que Atenas hacía negocio. Atenas fue subiendo los tributos de
manera desproporcionada a sus socios y sin relación alguna con los posibles
peligros externos. Esto hizo que Esparta, la otra gran ciudad griega,
representante de una organización política mucho más tradicional, y siempre
envidiosa del gran poder de Atenas, liderase al final a algunas ciudades que se
enfrentarían a ésta, rompiendo la unidad de la Confederación de Delos. Este es
el origen de la guerra del Peloponeso, una guerra civil entre griegos mucho más
cruel y destructiva que la primera: tanto de vidas, como de cohesión social. En
este guerra, que asola Grecia (pero sobre todo Atenas) entre el 431 a .C. y el 404 a . C., se enfrentan
Atenas y sus aliados, a Esparta y sus aliados. Hay que tener en cuenta que,
como guerra civil, no es una guerra territorial que se juegue en una región
determinada. En Atenas había filoespartanos, tradicionalistas partidarios de un
régimen no democrático. Esta lucha interna de poder será la que producirá
escenarios tan terribles para la ciudad (y para la filosofía) como el gobierno
filoespartano de los Treinta Tiranos, entre los que había familia de
Platón y entre los que había aquellos que quisieron manchar de sangre las manos
de Sócrates, y que nunca le perdonarían su lealtad a sí mismo y a sus
principios, consiguiendo finalmente que fuese juzgado y ejecutado en el 399 a . C., justamente en el
retorno de una democracia aparentemente conciliadora.
Como las desgracias nunca vienen solas, a esta
decadencia, hay que sumar la llegada de la Peste en Atenas, de la que morirá el
mismo Pericles. A medida que la
guerra del Peloponeso se recrudece, la democracia ateniense se torna impositiva
(imperio talasocrático) como ocurre en el mantenimiento de todas las guerras
que no se ganan. Es en este contexto político en el que aparece la segunda
generación de sofistas, con posiciones más radicales y más peligrosas
políticamente, fruto de una menor concordia.
En
la Atenas de Pericles (cénit del s. V a. C.) tiene lugar la llegada de los
sofistas. Éstos son extranjeros, profesionales del saber, que cobran importantes
sumas de dinero por enseñar “¿qué es la virtud?”. Lo que ellos entienden por
virtud es, en general, ciertas habilidades útiles para el triunfo en la vida
pública. Muchos de ellos, como Lisias (admirado por Fedro) también se dedican a
escribir discursos que otros leen en las asambleas.
De
hecho, el significado de virtud (areté)
no es otro que el de excelencia, y se aplica a la vida pública. Destacar en la
vida pública por los discursos o las acciones, eso es en principio ser
virtuoso.
Junto
a este fenómeno, hay que tener en cuenta que los sofistas vienen de ciudades
donde imperan normas muy diferentes a las atenienses. Sobre todo por lo que se
refiere a la organización política. De acuerdo con esta diferencia, es también
muy posible que Atenas fuese una ciudad donde la tradición moral (el
tradicionalismo) no tenía la fuerza que en otras ciudades. Como ciudad rica,
poderosa y de gran movimiento cultural, es una ciudad donde, en el ágora, todo
es discutido. Nada es establecido de manera definitiva e intocable por los
dioses. Todo puede ser sometido a discusión. Y esto significa el nacimiento del
mundo de la iniciativa.
Esta
situación les facilita la defensa de un supuesto convencionalismo en el orden
moral y político, partiendo de la relatividad de las leyes observadas en
distintas ciudades: todo el orden social, político y moral sería fruto de la convención (nomos) o acuerdo entre los ciudadanos, bien entendido que aquí cabe
incluir en el mejor de los casos el peso de la tradición y la historia. La
convención se refiere (al igual que en el caso del lenguaje cuando es
defendida) a un acuerdo “originario” hipotético. Así cabe interpretar la famosa
proposición de Protágoras “El hombre es la medida de todas las cosas”.[1]
Obviamente, este convencionalismo es, de manera implícita o explícita, un
relativismo: todo es relativo, en este caso a las sociedades humanas, que no
deben responder a una physis previa.
Hay que tener en cuenta que, de acuerdo con Husserl[2],
el relativismo es siempre un escepticismo. Por eso no nos ha de extrañar que la
consecuencia lógica del relativismo protagórico sera el escepticismo gorgiano.
En
realidad, no sabemos gran cosa de cada uno de los profesionales del saber que
denominamos colectivamente con el nombre de “sofistas”, pero es de interés
separar lo poco que sabemos de cada uno de ellos de manera individual a través
de las noticias que nos ofrece la tradición, para trazar con más exactitud una
posición de síntesis frente a la naturaleza de la moral.
De Protágoras de Abdera poco más
sabemos aparte de la célebre frase “el hombre es la medida de todas las cosas”,
citada por Platón, entre otros. Con respecto a la visión que Platón nos ofrece
en el diálogo que le dedicó, debemos ser cautelosos. Pero éste no es el único
diálogo platónico en que se hace referencia a su relativismo. También es así en
el Teeteto. En
su inteerpretación del Teéteto
Cornford entiende que la afirmación de “homo mensura” debe ser leída desde una
clave gnoseológica. Así, la relatividad de todo lo que existe al hombre se
referiría primordialmente a la teoría del conocimiento. El conocimiento así
postulado por Protágoras es lo que podríamos denominar una teoría del flujo,
según la cual el hombre –individualmente- sería criterio de aquello que percibe
y conoce. Esto derivaría de una interpretación de Heráclito polémica contra
Parménides (según noticia de Eusebio) y que también defenderían otros como
Demócrito según Alegre[3].
Por lo tanto, la convención se refiere a la totalidad del ser (no sólo a la
moral). Marzoa[4]
también interpreta el “homo mensura” en el sentido de la percepción y esto en
sentido individual. Desde esta interpretación ontologista, la teoría del flujo,
presente de manera más o menos clara en toda la sofística, sería una respuesta
a las serias dificultades en que el eleatismo habría situado toda posible
explicación del movimiento.
Justamente
de ahí derivaría la tradicional interpretación de Heráclito según la cual el
conocimiento es imposible por el continuo movimiento de todo. A esto es a lo
que propiamente denominaremos teoría del flujo.
Observemos
sin embargo que, sea cual fuere la intepretación correcta del pensamiento de
Protágoras, en este tema sólo nos interesa una interpretación “moral y
política”, ya que a ésta es a la que responde Sócrates propiamente.
De
Gorgias de Leontini también conocemos
apenas la famosa cita que afirma:
Nada es.
Si algo fuese, no podría ser conocido.
Si algo fuese conocido, no podría ser expresado.
Esto no es ni más ni menos que un escepticismo
radical, consecuencia directa del relativismo, leído desde una clave
ontológica. Desde esta perspectiva hay que entender que “nada es” se contrapone
a la absolutez de lo aparente. Si las
cosas aparecen según aquél al que aparecen (Protágoras) parece lógico afirmar
que “nada es” de manera fija, absoluta, permanente e inamovible. Efectivamente,
el profesor Marzoa[5] lo
interpreta en el sentido de la validez única del conocimiento sensible (que
está en flujo continuo y no es expresable). La cita de Gorgias podría ser, por tanto, el
descubrimiento de la diversificación de en tres ámbitos de lo que en Parménides
es uno y el mismo.
Pero
centrándonos en el aspecto que nos interesa, nos podemos preguntar si desde una
posición tal se puede pretender enseñar qué es la virtud. Si nos hemos de fiar
del diálogo que Platón a Gorgias, la virtud, según él, no se enseña,
porque en buena proporción acepta la teoría del kairós, la virtud consiste en hacer lo conveniente en el momento
oportuno. En ello radica también el límite del nomos. Allí donde no llega la ley (la norma universal que no puede
considerar ni la excepción ni el conocimiento de la situación[6])
ha de llegar la justicia. En este sentido no estaría muy lejos de la enseñanza
platónica o socrática. Aquí la physis
sería reguladora del nomos.
Pero
el profesor Alegre nos advierte de la precaución necesaria a la hora de
interpretar estas citas. Los sofistas son hacedores de discursos y de palabras.
Ellos son técnicos del lenguaje. Ello hace que no nos hayamos de tomar
siempre en serio sus afirmaciones, tal como muestra la erística y Platón.
Podrían ser simples juegos de lenguaje. En este sentido, la famosa cita
gorgiana podría ser un simple juego.
Remitiéndonos
ya a la segunda generación de sofistas, hay que empezar diciendo que Trasímaco, si hemos de fiarnos del diálogo platónico[7],
defendería la physis pero en un
sentido muy diferente: debe imperar la ley del más fuerte: los nomoi son convenciones de defensa de los
débiles. Esto vale tanto individualmente como en la relación entre el Estado y
los individuos. De la misma manera, afirma frente a Sócrates, que la injusticia
es más beneficiosa que la justicia. Esto implica la identificación de la physis
con la necesidad.
Antifonte, aparte de ser el inventor del “psicoanálisis”
(es decir, de la cura mediante la palabra), defiende que la justicia no es otra
cosa que los nomoi de los Estados.
Los preceptos de las leyes son resultado de acuerdo humano, por ello, su fuerza
no es la de la physis. Interpreta la
historia del anillo de Giges (del mismo Platón en la República) en el sentido de demostrar la impotencia de las leyes
positivas: es decir, el cumplimiento de la ley sólo nos importa en tanto que va
acompañada de una coacción y podemos ser vistos. Si fuésemos invisibles (o
cuando lo podemos ser) la fuerza de la ley es nula. Frente a estos nomoi, por physei todos somos iguales. Así, la physis es garante de la igualdad. El sentido de estas afirmaciones
no es muy claro, ya que Antifonte jugó un papel muy turbio en la Guerra del
Peloponeso: fue antidemócrata y filoespartano.
De
la misma manera, Hipias, el filósofo
más citado y ridiculizado por Platón, defiende la igualdad de los hombres por physei, frente a las diferencias,
siempre establecidas por nomoi. Así,
la ley violenta a la naturaleza. Hipias defiende una interesante teoría sobre
el derecho natural, que sería por physei,
ya que deriva de la estructura de las necesidades huamanas que cristalizan en
un derecho consuetudinario, sedimentación de la sabia naturaleza de los hombres
y de los pueblos (agrafoi nomoi). La
ley positiva sólo será válida si no contradice el derecho natural.
Hipias
también discurre contra el antibanausismo
y defiende la autarquía individual en el sentido de poder precindir de los
esclavos (él se hacía sus propias
sandalias y vestidos).
Tanto
Licofrón como Alcidamas también abogan por la physis en el sentido igualitario. Ni la esclavitud ni la diferencia
aristocrática se produce por physis.
En
resumen, e intentando sintetizar la postura de los sofistas al respecto de
manera colectiva, tenemos que para ellos la ley y la moral son el resultado de
un acuerdo original. Es decir, la
moral es nomos, convención o conjunto
de leyes que rigen de hecho -es
implanteable la cuestión del derecho, de la validez, para la moral-. Y las
leyes que de hecho rigen en cada sociedad, son las más útiles para la sociedad
como tal o, en la mayoría de los casos, las más útiles para los hombres que las
imponen. Hay que observar que en los sofistas la moral no es negada, sino
asimilada a las costumbres y usos propios de cada pueblo; lo moral es "lo
que está bien en esta o en aquella ciudad", por ello la moral es relativa
a cada sociedad. Según Caliclés o Trasímaco a ésta se opone otra moral, la
moral que conviene seguir individualmente, la ley del más fuerte, que consiste
en la consecución de lo que queremos, es decir lo útil para cada uno de
nosotros, teniendo en cuenta que, por razones de utilidad nos conviene no
infringir ostensiblemente la moral de nuestra ciudad. La verdadera moral para
ellos es lo que haríamos si no fuésemos vistos por nadie. Es decir, la única
razón para no hacer lo que realmente nos conviene en cada caso es la vergüenza
de lo que nuestros conciudadanos puedan decir de nosotros o el miedo al
castigo.
La
identificación de la justicia con la ley positiva es lo que ha llevado en la época
contemporánea a aberraciones como los distintos regímenes totalitarios. Estas
aberraciones no consisten, por cierto, en el tipo de crímenes que se hayan
podido cometer bajo su nombre, aspecto que comparten con todo tipo de gobiernos
y sistemas políticos, sino que se hayan cometido bajo un espectro de
“legalidad”. Precisamente esto es lo que se propuso impedir en el futuro la
DUDH identificando una serie de preceptos por encima de cualquier ley positiva
y de cualquier democracia.
Si los
sofistas han sido capaces de poner en cuestión la supuesta condición natural de
la moral y los valores cívicos, de manera coherente, también se atrevieron a
pensar sobre el origen de la comunidad que ya no podía ser considerado divino.
Al igual que en el ámbito ya analizado, también aquí se plantea la doble opción
de concebir la comunidad como algo derivado directamente de la physis,
tal como hará Aristóteles más tarde, o poder considerarla también como un
producto del nomos, de la convención humana. No debemos perder de vista
los términos en que se plantea esta polémica ya que aún hoy en día se discute
el origen natural o convencional de la sociedad[8].
Esta
época es vista por muchos como una época de Ilustración. El hombre ha
conquistado grandes cotas y se ve capaz de todo. Pero hay también un recelo
desde aquellos sectores tradicionalistas que identificaron a Sócrates con un
sofista. Pensemos que del mito de Prometeo hay dos versiones: la optimista de
Platón y la pesimista de Esquilo.
El
mito de Prometeo que aparece en el Protágoras platónico es de especial
relevancia porque nos dice algunas cosas sobre la supuesta visión protagórica
del origen y naturaleza de la sociedad. En la interpretación
protagórico-platónica del mito de Prometeo hay que destacar lo siguiente:
1.
El hombre surge como proceso natural (material) igual que el resto de las
especies.
2.
Prometeo roba el fuego: la solución del hombre se halla en la razón práctica
acompañada del sentido moral y la justicia.
3.
Zeus otorga la justicia y el sentido moral. Es decir, éstos son los dones más
importantes. No es que la justicia y el sentido moral se generen a partir de un
contrato social, sino que la polis no podría existir sin estas virtudes.
Esto se canaliza a través de una buena legislación.
4.
El mito sugiere la probable evolución de las especies. El hombre es un producto
evolucionado de la creación.
Según
el mito, los hombres se distinguen por: a) su técnica artesanal, b) el
lenguaje, c) el culto a los dioses. Así Protágoras admite el valor social de la
religión. Respecto a la existencia o no de la divinidad, según García Gual, es
posible que admitiese al respecto el consensium gentium, aunque era
escéptico ante la posibilidad de una prueba convincente de su existencia.
Las
posiciones al respecto son realmente divergentes entre los diferentes sofistas.
En ellos encontramos desde el agnosticismo declarado de Protágoras (“nada puedo
decir sobre los dioses”) hasta la crítica premarxista de Critias, según el cual
la religión se usa políticamente para maniatar la conciencia humana, pasando
por la concepción de Pródicos, más moderada, según el cual la religión tiene un carácter natural y cultural que
proviene de la agricultura, ya que se comienza deificando las fuerzas de la
naturaleza: sol, tierra,...
La
figura del Sócrates histórico es un problema hermenéutico, debido al hecho de
su agrafía. Sócrates no escribió en ningún lugar su filosofía porque creía que
la filosofía era, ante todo, una manera de vivir, y como tal, su naturaleza era
esencialmente oral. La preeminencia de la oralidad sobre la escritura es un
rasgo cultural sobresaliente de los griegos que no tienen algo así como un
libro sagrado, sino que la religión es objeto de transmisión oral. También lo
encontraremos en los diálogos platónicos, que, en todo caso son eso: diálogos.
Esto
nos lleva a los diversos testimonios que sobre él poseemos. En todo caso,
debemos recurrir a una tradición indirecta que, por supuesto, nunca es neutral,
sino que es o bien una ridiculización (Aristófanes) o bien un ensalzamiento
idealizado (Jenofonte y Platón). La tarea de la crítica es la de establecer lo
que realmente hizo y no hizo Sócrates y la de trazar un punto de equilibrio
entre los diversos testimonios sobre lo que pensaba. Hay que decir que es
Platón con mucha diferencia quien más testimonios nos ha legado sobre la figura
histórica de Sócrates y sobre su pensamiento.
Lo
que debemos considerar probado es:
- Que
su tarea filosófica principal consistía en dialogar con los atenienses
sobre cuestiones relativas a la moral y a la política.
- Que
esto lo entendía él mismo como un modelo de vida filosófica. Para él, la
vida filosófica es la vida examinada. Y eso es a lo que él se dedica, a
examinar las acciones y los pensamientos de los atenienses con agudeza
crítica y sin pretensiones dogmáticas. Por ello fue llamado “la avispa de
Atenas”.
- Su
manera de entender la filosofía le llevó en muchas ocasiones a enfrentarse
dialécticamente con los sofistas y con todos aquellos que pretendían que
sabían lo que era la virtud, ya que él consideraba que “sólo sé que no sé
nada”.
- Su
acción crítica, su manera de vida y/o su insobornable lealtad a sus
principios le valieron la enemistad de determinados poderosos atenienses,
su condena y su posterior ejecución.
- Junto
con los sofistas supuso un giro de 180º en la temática de la filosofía
que, por ello, se suele dividir en presocrática y postsocrática.
Efectivamente, si la temática de los primeros filósofos presocráticos se
centra en el arché de la physis, a Sócrates y los sofistas
les interesan más las cuestiones que hoy llamariamos antropológicas:
la virtud, la justicia, la belleza, la sociedad, etc. El texto que se
suele tomar como indicativo al respecto es la pequeña autobiografía intelectual
socrática que encontramos en el Fedón platónico. Por supuesto que
debemos leerlo con todas las precauciones necesarias, pero allí
encontramos los argumentos que al parecer llevan a Sócrates a abandonar su
entusiasmo juvenil por la filosofía presocrática: Anaxágoras todo lo
atribuye a la mente, pero luego no explica tomando como causa lo mejor (la
mente actúa según lo mejor) sino el aire y el éter (Fedón 98c).
Por
otro lado, en la medida en que podamos identificar el pensamiento filosófico
del Sócrates histórico con el personaje Sócrates que aparece en los primeros
diálogos platónicos debemos destacar las siguientes características:
- Frente a los que pretenden ser conocedores de qué es la virtud, la belleza o la justicia, Sócrates cofiesa su ignorancia al respecto. Por ello, no intenta conducir al diálogo a ninguna solución, sino sólo mostrar las dificultades inherentes a todo intento de definición. Esto es lo que se conoce como aporía, que literalmente significa “sin recursos”, y eso es lo que les ocurre a los interlocutores del diálogo frente a todo intento de definición: se quedan sin recursos y en la más absoluta perplejidad. Hay que tener en cuenta que Sócrates no es un escéptico, y el valor de la aporía es positivo: la filosofía sólo puede comenzar con la perplejidad, tal como han suscrito todos los filósofos posteriores.
- El método utilizado para el desarrollo del diálogo es la mayéutica (definida en el Teeteto), consitente en sacar todo lo que hay adentro de cada individuo. Este proceder implica que el proceso de conocimiento (y, por tanto, la educación) no es exterior, sino interior, y consta de dos momentos: la refutación (o conciencia de no saber nada) y la propiamente mayéutica o búsqueda de la definición. De aquí derivará el intelectualismo moral, doctrina que, de alguna manera conduce a la teoría platónica del filósofo-rey, de la misma manera que la mayéutica implica una confianza en el saber interior que presupone la teoría platónica de la anámnesis.
- La definición, aunque sea sólo de términos morales, nos lleva a una preocupación por las esencias y, por consiguiente, por la ciencia. Según algunos es el germen de la Teoría de las Ideas.
- Respecto a la moral defendió el llamado intelectualismo moral, es decir, la identificación entre la ignorancia y el mal. Su frase al respecto es “nadie hace el mal a sabiendas”. Sobre esto nos extenderemos a continuación, ya que está por decidir de qué manera esto es una defensa de una virtud por physei contrapuesta al nomos sofístico.
Frente
a las posiciones de los sofistas, el intelectualismo
moral defendido tanto por Sócrates como por Platón y Aristóteles, sería una
propuesta relacionada con una defensa de la moral por physei. En este caso, lo que quiere decir “physis” es algo universal e invariable para todos los pueblos.
Sería el objetivismo moral opuesto al relativismo moral sofístico.
Cuando
en la modernidad se retome esta discusión, el nuevo lenguaje será el de una
discusión entre la racionalidad o no (emotividad, etc) de los valores y de las
justificaciones morales.
Pero
antes de ir más lejos, hay que explicar en qué consiste el intelectualismo
moral, tanto el socrático como el aristotélico y en qué sentido cabe entender
la physis, ya que, según como se
entienda, podríamos decir que quienes defienden una moral por physis son aquellos que como Caliclés
aplican la ley del más fuerte, una supuesta ley de la naturaleza, a la
convivencia humana; y hacen depender la moral fácticamente de esta ley.
Sobre
la manera socrática de entender la moral, como relacionada con el conocimiento
y la ignorancia, lo primero que hay que decir es que, aunque dudemos de su
certeza, tenemos que asumir que aún hoy día, es el fundamento de la institución
judicial y de los tribunales. Por eso, la “enajenación mental” puede ser un
eximente de un delito. La justicia exculpa a los irracionales porque presupone
que todo el mundo humano, ha de
responder de sus actos (y no otra cosa es la responsabilidad). Pero, ¿qué significa responder de tus actos?
Poder justificarlos. Y poder justificarlos es poder mostrarlos como siendo
justos. Es decir, cada cual ha de intentar justificar (poner como justos sus
actos): en eso consiste la racionalidad. Pero eso no es otra cosa que afirmar
implícitamente que hasta donde sabemos,
hemos actuado justamente, es decir, que no hemos hecho el mal a sabiendas.
Por
otra parte, esta afirmación es solidaria de una comprensión de la moral como la
búsqueda de la felicidad. Hoy día estamos acostumbrados a entender la moral
como aquello que juzga nuestros actos extrínsecamente. Y en Platón, Sócrates o
Aristóteles, no es eso. La ética es la búsqueda de la felicidad propia (tiene
que ver con algo interior, y con un conocimiento interior: nosce teipsum)
y por tanto parte del hecho primario de la finitud, la limitación y la básica
infelicidad humana. Si no no habría necesidad de ella. Visto así, ¿qué es lo
que está diciendo? Pues que nadie tira su vida por la borda a sabiendas. Todos
hacemos lo que creemos que está mejor para nosotros. Todos enfocamos nuestra
vida de la mejor manera que se nos ocurre. Y sólo podemos acabar mal por error.
Justo por el error que supone no aceptar nuestra ignorancia y nuestra
consecuente disposición a aprender.
Aquí
entra en juego la segunda máxima sobradamente conocida de Sócrates: “yo sólo sé
que no sé nada”. No hay que entenderla como desligada de la primera. Se
explican mutuamente. La ignorancia por excelencia, la que es habitualmente
causa del mal, es la pretendida sabiduría o doxosofía. En castellano
decimos que no hay nada más atrevido que la ignorancia. La pseudociencia
detenta el poder, y por ello, su capacidad de dañar es muy superior a la de una
ignorancia absoluta.
Uno
de los aspectos más importantes que diferencia a Sócrates de los sofistas es la
relación entre la palabra (logos) y
la acción (ergon): para los sofistas
y políticos la palabra está subordinada a la acción, es una cierta acción que
se ejerce (p.e. para convencer o persuadir). Es decir, la palabra es un
instrumento de nuestra voluntad. En todo caso, la palabra sólo tiene sentido
dentro del juego de las acciones humanas. Sin embargo, para Sócrates, la
palabra no debe estar subordinada a nada. Subordinar la palabra a la acción
significa que ya sabemos lo que hay que hacer y lo hacemos usando la palabra
como instrumento de fuerza. Usar la palabra para decir la verdad supone nuestra
apertura a comprender, la experiencia de nuestra ignorancia y nuestro estar
dispuestos a ejercer un giro en la acción, cosa a la que no están dispuestos los
sofistas y hombres de acción de Atenas. Por eso, el bien consiste justamente en
esa apertura a la ignorancia, en esa aceptación de la finitud y de la
provisionalidad de todo proyecto, en función de nuestra comprensión del mundo.
Pero el mundo sólo puede ser referido mediante la palabra. Así la palabra puede
ser apertura o cerrazón.
La
polémica implícita es si el bien propio (ética), coincide con el bien común
(política). Los idiotés y los sofistas creen que no, precisamente por
eso se establece tal relación entre palabra y acción.
El
conflicto que subyace a esta discusión es una mala comprensión del
intelectualismo moral. Precisamente lo que están afirmando los sofistas es que,
el hecho de conocer lo que es bueno o virtuoso (para la sociedad) no significa
que actuemos en conformidad con ello (ya que nuestros intereses egoístas pueden
ser diferentes). Sócrates, por el contrario, entiende que esta distinción de
virtudes es un falseamiento de la cuestión, pues lo que creemos sinceramente
que es “lo bueno” para nosotros, es pura y simplemente “lo bueno”. La prueba es
que nadie puede vivir sabiendo que es malo. Hoy en día sabemos
por la psicología empírica que hay toda una seria de mecanismos de defensa
que nos protegen justamente de esa pretensión: justificamos nuestras acciones,
racionalizamos nuestras intenciones, sublimamos nuestros deseos, etc. Todo por
evitar la autocrítica. Por eso, el intelectualismo moral socrático no puede ser
separado de su estricto seguimiento del precepto délfico: “conócete a ti
mismo”.
Dicho
de manera negativa: el intelectualismo moral no puede consistir en la necesidad
de actuar de cierta manera cuando conocemos la virtud. Más bien, lo que viene a
indicar es que la virtud, de manera sucinta, consiste en una única cosa: la
consciencia plena de la propia ignorancia y el interés (puramente egoista, si
se quiere) en superar ese estado de ignorancia. Si somos ignorantes de qué es
lo que somos nosotros mismos en el fondo, no podemos pretender que ya sabemos
que es lo bueno para nosotros. Quizás, como defiende Maslow en su famosa obra
sobre el hombre autorrealizado[9],
el más puro egoismo no es otra cosa que la más cruel automutilación. Y ésta es
una afirmación de hecho.
Pero,
por lo que respecta a Sócrates, hay que tener en cuenta, tanto o más que lo que
dice, lo que hace. Sócrates es un personaje que morirá ajusticiado por hacer lo
que hace y por ser confundido con los sofistas. Esto quiere decir que el sector
más tradicionalista de Atenas lo confunde con un sofista más, ¿por qué? Porque
se atreve a someter a discusión y a dudas los valores establecidos por la
tradición. Porque Sócrates considera, y esto sí que lo considera en términos
absolutos, que una vida examinada es más valiosa que una vida sin examinar.
Este es el sentido del precepto delfico “nosce
teipsum”.
[1]
Aunque sobre la interpretación de la proposición protagórica no hay un acuerdo
común, y no es obvio que defienda el relativismo, ya que podría defender, por
el contrario, una physis humana.
[2] En su
polémica con el psicologismo, mantenida en las Investigaciones. Lógicas.
[3] En la
p. 30 de su obra sobre el tema. Op. Cit., vid. Bibliografía al final.
[4] Op.
Cit., vid. Bibliografía al final.
[5] Op.
Cit., vid. Bibliografía al final.
[6] Los sofistas se referían a la epiekeia, que era la equidad, una de las características más notorias de
la justicia.
[7]
Actualmente, es el libro I de la Republica.
[8] Sin
embargo, hay que tener en cuenta la sutil diferencia que supone no hablar ya de
comunidad (que era la polis) sino de la sociedad (donde lo público y lo
privado está confundido).
[9]
Maslow, A. El Hombre Autorrealizado, ed. Kairós, Barcelona, 2002.
relaciona a socrates y los sofistas del s.v.a.c con el presente historico actual
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