1. PUNTO DE PARTIDA: EL NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA
Creemos que es conveniente elaborar una exposición de Nietzsche (1844-1900) siguiendo el hilo de la cronología de sus obras, tanto más en cuanto que el tema de la crisis de la cultura occidental ya está suficientemente expresado en su primera obra El nacimiento de la Tragedia (1872).
En ella, parte de la contraposición básica entre dos categorías, en principio estéticas, lo apolíneo y lo dionisiaco. Así, Nietzsche comienza una crítica de la cultura occidental jugando con la contraposición de dos categorías que siempre han de ser complementarias y que en nuestra historia han perdido esta complementariedad: Mientras lo apolíneo simboliza la racionalidad, forma, figura, lo dionisíaco simboliza la vida, fondo desconocido, uno, misterio. Desde los tiempos de Sócrates y Eurípides se ha trastocado la relación de fuerzas entre lo apolíneo y lo dionisiaco haciendo al primer principio todopoderoso, tal como expresa el intelectualismo moral.
Después Platón y el Cristianismo serán los máximos responsables de la transmutación total de la intuición metafísica originaria. La cultura occidental los ha separado y ha sometido el segundo al primero . Nuestra cultura siempre será caracterizada porque la racionalidad opera contra la vida. Nietzsche opone en realidad dos mundos y dos tipos de sabiduría: la sabiduría trágica antigua al saber científico moderno. Así, podríamos decir que su obra comienza con una historia de la verdad. Si la sabiduría trágica consiste básicamente en una transformación del sujeto, en una conmoción; el conocimiento objetivo lo que pretende finalmente es una transformación del objeto (esto lo expresará más claramente en su tesis final sobre la voluntad de poder). Si lo apolíneo es la belleza de la forma, la sobriedad y el principio de individuación, lo dionisíaco es el fondo oscuro anterior al principio de individuación, y la ebriedad, pero también la vida. La separación de los dos principios y la preeminencia absoluta de lo apolíneo llevada a cabo por Eurípides, Sócrates y Platón llevará a la superstición de que algo ha de ser inteligible y racional para ser bello. Eliminar lo dionisiaco o reducirlo al mínimo en la expresión artística es eliminar el peso de los grandes sentimientos y las grandes pasiones, la verdad de la pequeñez humana ante los dioses y el pecado de la soberbia (hybris). El camino que escogerá el hombre occidental será justamente el de la soberbia, la transformación del ser. Frente a esta soberbia, Nietzsche recuerda la importancia del principio (olvidado) de lo dionisiaco, el fondo abismal Uno-Todo del que todo individuo procede y al que todo irá a parar. Más tarde llamará VIDA a este principio. En ello es deudor de su maestro Schopenhauer y, a su vez, de toda la filosofía y religión oriental en la que éste se inspiró. Lo dionisiaco, como representante de la ebriedad y del fondo inconmensurable del ser humano está relacionado con el inconsciente que Freud está a punto de descubrir a través del psicoanálisis. Efectivamente, es muy oportuno recordar aquí la concepción Schopenhaueriana del amor. Para el maestro de Nietzsche, el amor no es nada sublime, sino un mero instrumento de la vida. La vida, a través de los instintos se las ingenia para reproducirse. El hombre que cree estar enamorado es sólo una minúscula mota de polvo al servicio de la vida. Pero el hombre es profundamente vanidoso y se niega a atravesar el velo de maya. Esta vida que se re-produce utilizando los instintos es lo que más tarde será denominado voluntad de poder, y es lo que realmente constituye el ser de lo ente, el mundo.
Después Platón y el Cristianismo serán los máximos responsables de la transmutación total de la intuición metafísica originaria. La cultura occidental los ha separado y ha sometido el segundo al primero . Nuestra cultura siempre será caracterizada porque la racionalidad opera contra la vida. Nietzsche opone en realidad dos mundos y dos tipos de sabiduría: la sabiduría trágica antigua al saber científico moderno. Así, podríamos decir que su obra comienza con una historia de la verdad. Si la sabiduría trágica consiste básicamente en una transformación del sujeto, en una conmoción; el conocimiento objetivo lo que pretende finalmente es una transformación del objeto (esto lo expresará más claramente en su tesis final sobre la voluntad de poder). Si lo apolíneo es la belleza de la forma, la sobriedad y el principio de individuación, lo dionisíaco es el fondo oscuro anterior al principio de individuación, y la ebriedad, pero también la vida. La separación de los dos principios y la preeminencia absoluta de lo apolíneo llevada a cabo por Eurípides, Sócrates y Platón llevará a la superstición de que algo ha de ser inteligible y racional para ser bello. Eliminar lo dionisiaco o reducirlo al mínimo en la expresión artística es eliminar el peso de los grandes sentimientos y las grandes pasiones, la verdad de la pequeñez humana ante los dioses y el pecado de la soberbia (hybris). El camino que escogerá el hombre occidental será justamente el de la soberbia, la transformación del ser. Frente a esta soberbia, Nietzsche recuerda la importancia del principio (olvidado) de lo dionisiaco, el fondo abismal Uno-Todo del que todo individuo procede y al que todo irá a parar. Más tarde llamará VIDA a este principio. En ello es deudor de su maestro Schopenhauer y, a su vez, de toda la filosofía y religión oriental en la que éste se inspiró. Lo dionisiaco, como representante de la ebriedad y del fondo inconmensurable del ser humano está relacionado con el inconsciente que Freud está a punto de descubrir a través del psicoanálisis. Efectivamente, es muy oportuno recordar aquí la concepción Schopenhaueriana del amor. Para el maestro de Nietzsche, el amor no es nada sublime, sino un mero instrumento de la vida. La vida, a través de los instintos se las ingenia para reproducirse. El hombre que cree estar enamorado es sólo una minúscula mota de polvo al servicio de la vida. Pero el hombre es profundamente vanidoso y se niega a atravesar el velo de maya. Esta vida que se re-produce utilizando los instintos es lo que más tarde será denominado voluntad de poder, y es lo que realmente constituye el ser de lo ente, el mundo.
2. TEORÍA DEL CONOCIMIENTO
La teoría del conocimiento es, para Nietzsche, un análisis de la VERDAD. Justamente aquí está la ironía de la “historia de un error”. Para Nietzsche la verdad es “un cierto tipo de error necesario”. Antes de la verdad está el sentido en el que la verdad puede serlo. La verdad entendida como adecuación, como hace la Edad Moderna, sólo tiene lugar tras una asignación de sentido, como es el caso de Galileo (“la naturaleza está escrita en caracteres matemáticos”). El sentido determina previamente lo que puede ser o no verdad. Sin embargo, el sentido ya no es adecuado a nada, sino que es pura creación, y por lo tanto, obra del superhombre. La cuestión del sentido está íntimamente ligada a la cuestión del valor. Lo importante no es la verdad, sino el valor: hay verdades heroicas y verdades viles.
Por eso Nietzsche afirma que impugna el valor de la verdad desde la vida. La vida es la verdadera creadora de valores.
Así, la voluntad de verdad no es otra cosa que expresión de la voluntad de poder (derivado de la vida). Esto lo demuestra claramente la transformación de la pura contemplación teórica en ciencia entendida como tecnología, que pretende dominar el mundo.
Los presupuestos del racionalismo ilustrado socrático son:
El fondo del ser puede ser conocido.
Este conocimiento nos puede llevar a corregirlo (o producirlo).
La negación de 1 y 2 es justamente el concepto de la sabiduría griega arcaica. Por el contrario, 1 y 2 suponen la mentalidad racionalista que desembocará en el cientificismo actual según el cual no existe nada más que aquello que puede ser conocido y corregido (o producido, como ya había mostrado el Idealismo y Marx). Por eso, cosas tales como el dolor, la vejez o la muerte cada vez existen menos y son más tabú. Sólo existen en tanto que objeto (manipulable) de la ciencia médica y de la gestión administrativa. Es decir, es tabú, todo lo irremediable, lo que todavía no puede ser producido o eliminado.
Así vemos que optimismo ilustrado socrático y nihilismo son cara y cruz de la misma cosa. Por eso Nietzsche retrocede más allá de la verdad, al sentido. Lo que importa no es la verdad, pues hay verdades de la nobleza y de la bajeza. Lo que importa es el sentido que determina qué puede ser y qué no puede ser verdad.
Nietzsche atacará el problema a través de su filosofía del estilo. El no hará un tratado de proposiciones enunciativas que afirmen verdades, porque ello supondría no salir de aquello que critica. El hablará, como la sabiduría trágica antigua, mediante aforismos: verdades instantáneas que no afirman nada, sino que muestran algo sin decirlo. Simplemente apuntan con el dedo a algo muy interno y por ello han de ser entendidas con criterios más estéticos que proposicionales. Sólo pretenden conmovernos. De esta manera, el discurso de Nietzsche no es un discurso hecho para alguien cualquiera –para el uno de Heidegger- sino que es un discurso que interpela al quien de cada cual, al interlocutor en su soledad más última en la cual no tiene escapatoria. Así Habló Zaratrustra es un libro para todos y para nadie.
En definitiva, suelen hablar los intérpretes más autorizados de Nietzsche, como Deleuze, de la aparición de una nueva manera de entender la verdad en Nietzsche, que ya no va a ser como adecuación, sino como aletheia, en el sentido originario griego. Esta verdad originaria es una verdad que ya no remite a ninguna otra cosa con la que se pueda comparar, a ningún patrón, a ningún criterio (“con el mundo verdadero desaparece también el aparente” Historia de un error, 6). La verdad no es ya una propiedad de los enunciados ni de los pensamientos. La verdad es aquella propiedad de la realidad que emerge del fondo oscuro de la noche (Dionisos). En este sentido es imposible separar en Nietzsche una teoría del conocimiento de una ontología.
Ya hemos dicho que Nietzsche parte de una “historia de la verdad”, que, en realidad es “la historia de un error”: la comprensión de la verdad como adaequatio (a partir de Platón) supone que sólo es aquello que puede ser transformado y manejado. Y esto es en el fondo voluntad de poder. Frente a ello, la sabiduría griega presocrática es la transformación del sujeto . Aquí encontramos una oposición entre el concepto de experiencia y el de experimento.
Esta concepción de la verdad es la que fundamenta la filosofía de Heidegger, según la cual el sentido es aquel horizonte previo que determina qué es lo que puede ser en una época determinada. A partir de aquí se puede entender el desarrollo de la filosofía Hermenéutica. Así, por ejemplo, cuando Galileo afirma que la Naturaleza está escrita con caracteres matemáticos ya está dando la medida de lo que es y lo que no es. (Justamente un paso más allá está Parménides). El seguir esta linea de investigación ha dado frutos muy positivos en el siglo XX. Así Foucault, con sus historia de la locura, de las prisiones o de la sexualidad intenta construir un discurso histórico más allá de ese sentido preestablecido en que el objeto se interpreta desde el paradigma (resultado) final. En este sentido, una historia de la locura no se puede distinguir de una historia de la brujería: la que antes era una bruja, en un horizonte de sentido determinado, ahora es una esquizofrénica porque así lo dictamina nuestro horizonte de sentido. En nuestro país tenemos por ejemplo la Historia de las Drogas de A. Escohotado.
Sacar el tras-mundo del mundo sensible es lo mismo que sacar lo apolíneo de lo dionisiaco. Eso es el nihilismo: ¿con qué se justifica la justificación misma? ¿Con qué criterio se juzga el criterio (moral, p.e.)?
3. MORAL
La Moral del Nietzsche hay que verla a partir de la misma distinción de partida entre apolíneo y dionisiaco. El principio de lo apolíneo representa el intelectualismo moral defendido por Sócrates: pretender que lo bueno y lo racional son lo mismo. Esta moral olvida los instintos, olvida la vida, y por eso es nihilista. Esta es la moral de los esclavos que pretenden dominar a los señores (fuertes) diciéndoles que han de ser racionales.
Por el contrario, el superhombre debe defender una moral de señores o aristocrática, la moral de la vida y de sus valores: el instinto, lo dionisiaco.
3.1.LA TRANSMUTACIÓN DE LOS VALORES: EL SUPERHOMBRE
Nietzsche idea una impugnación de los valores reinantes (cristianismo, socialismo, platonismo en el fondo) a través del juicio psicológico (pero no en el sentido de una psicología empírica, ni fenomenológica). Es lo que él llama el trabajo genealógico, que aparece sobre todo en la Genealogía de la Moral, pero también en Aurora. Este trabajo “genealógico” ha dado pie a muchas investigaciones en el s. XX, como ya hemos citado. Así por ejemplo, en Aurora: (103) argumenta que hay dos formas de impugnar la moral: 1) Desconfianza sutil hacia los verdaderos motivos que impelen a actuar moralmente, 2) negarla, como la alquimia, en el sentido de que los juicios morales se apoyan en errores. 2) es la de Nietzsche. Esto no ha de significar ¡Vamos a ser inmorales! sino que las razones (no motivos individuales, que sería 1) para actuar con moralidad no son ellas mismas morales; que salen de otro sitio. Quizás cambiando nuestra forma de ver podamos cambiar nuestra forma de pensar. Así, el análisis de la moral lleva a que la causa última de los actos morales es el egoísmo o la supervivencia. Esto nos lleva a la conclusión de que el egoísmo o la supervivencia (en definitiva la vida, Dionisos) es la verdadera moral.
Así, p.e. en la Genealogía de la Moral encuentra la genealogía del concepto de “bueno” (incluso la etimología) como sinónimo de “aristocrático”. El problema que plantea a partir de aquí es a) cómo ha pasado a significar casi lo contrario (lo que los demás piensen de nosotros) y b) por qué hemos olvidado y negamos el origen.
La genealogía se plantea como un método. El método “histórico” contrapuesto al método de buscar los principios, típicamente moderno. Así encontraremos el fundamento de la moral no en la racionalidad, sino en la vida, simbolizada por los instintos. Desde el punto de vista de Nietzsche, la genealogía de la moral es lo que “emerge” cuando aplicamos el “positivismo” a la moral.
Ya hemos visto como el origen de sentido de esta moral es platónico en el sentido en que Nietzsche entiende esto (“la virtud prometida para el sabio”. Historia de un error: 1). Pero no hay que olvidar también sus ataques a la moral judía. Representa para él la conciencia del resentimiento. La moral del judaísmo es la moral del resentimiento: yo soy débil, luego vosotros sois malos. Recordemos que el cristianismo es una mezcla de judaísmo y platonismo. Si para los pueblos guerreros originarios malo es sinónimo de mediocre, ahora malo pasará a ser sinónimo de perverso.
Así, frente a una moral de los esclavos, hay una moral de los señores. El superhombre, la última de las transformaciones: camello (Kant), león (positivismo), niño, es quien deberá operar la transmutación de los valores.
En cierto sentido, la muerte de Dios es positiva, porque, al no quedar nada (nihilismo) ya no es posible vivir ni tan sólo por el otro mundo. Así el eterno retorno nos obliga a justificar la vida por la vida misma. Es lo que podríamos llamar un inmanentismo moral. Como en todo lo demás, a Nietzsche le interesa esencialmente la muerte de Dios por las consecuencias morales. Sin trascendencia se opera toda una revolución por lo que se refiere a la fundamentación de la moral. Pero esa revolución ha de pasar por el nihilismo: el sentir que nada nos mueve en el sentido moral. El hombre del nihilismo es el último hombre.
3.2. EL NIHILISMO Y LA MUERTE DE DIOS
El nihilismo nace ya con Sócrates y consiste en la imposibilidad de objetivación de la moral. Esto cada vez se irá haciendo más imperante y más insoportable. En la “Historia de un error” nos cuenta: “¿a qué podría obligarnos algo desconocido?” refiriéndose a Kant.
La historia de la filosofía occidental, como historia de un error, siempre ha sido la negación de este mundo (también el cristianismo) y negación, por tanto, de la vida. Es otra manera de decir que lo apolíneo se ha impuesto sobre lo dionisiaco. El significado de la muerte de Dios es el de la muerte de todo lo absoluto. Con Dios muere el Hombre (como género), la Ciencia (la verdad objetiva), etc. Con ello ya hemos perdido el Norte, no sabemos a dónde nos dirigimos.
Aquello que justifica lo absoluto, no está absolutamente justificado. Lo único absoluto es la voluntad de poder (el ser de lo que es) que crea el mundo y los objetos.
“Dios ha muerto” significa la muerte de toda trascendencia, de toda absolutez y así, de toda determinación, o verdad absoluta. La verdad queda como verdad según tal o cual sentido (=vida posible). Si la verdad no consiste en ninguna trascendencia (absoluta y exterior), consiste en voluntad de poder (tal como se deja descubrir en la transformación de la ciencia galileana en la tecnología actual). El nihilismo, siempre latente, se desenmascara en el momento en que se va poniendo de manifiesto la no absolutez de la verdad, o dicho de otra manera: la dependencia de toda verdad de un sentido anterior que la posibilita. Y la dependencia de toda moral de la vida.
De entrada, debemos decir que la muerte de Dios, ha de ser tomada en serio y no con la frivolidad con que se la toman los ateos o agnósticos característicos del s. XX: con la risa con la que se la toman en el mercado cuando el frenético lo canta.
En vez de eso, lo que hay que hacer es tomarse en serio el hecho de que sólo haya el mundo (un único mundo; con el mundo verdadero también ha desaparecido el aparente). Ese “tomarse en serio” es lo que significa el eterno retorno. Sólo de esta asunción puede surgir el superhombre.
4. ONTOLOGÍA
La ontología de Nietzsche debe ser vista desde 3 frentes: la Muerte de Dios, el Eterno Retorno, y la voluntad de poder.
La ontología es, en general, la misma filosofía en tanto que se atiene a “el ser del ente”. Pues bien, para Nietzsche, el ser del ente es voluntad de poder. Es decir, lo que constituye la esencia de lo que es, no es la “cosa” o el “objeto” de la Época Moderna, sino la “vida” que sobrepuja, aumenta, se engrandece y se multiplica. El paradigma de la realidad ya no es el átomo, sino la célula (aquello cuyo seer consiste en reproducirse y multiplicarse a partir de sí mismo).
Por otro lado, la concepción del ser de la realidad va ligada siempre a una concepción del tiempo. Si la Epoca Moderna ha entendido el tiempo a partir de la primacía del presente que al final desaparece ante el futuro y el pasado, el presente queda como un punto de dimensión 0 en una recta. Así el presente no tiene entidad propiamente, es pura apariencia y se nos deshace entre las manos como la arena del reloj. Pero si Dios ha muerto y hemos perdido el Norte, hemos perdido también cualquier dirección. No sabemos hacia dónde nos movemos y futuro no es ningún referente. Invertir la concepción del tiempo quiere decir partir justamente del presente.
Nietzsche invierte la concepción del tiempo, partiendo justamente de la igualación entre instante y eternidad (ya que es lo único que hay). Justamente el pasado y el futuro es lo que nunca existe. Y esto es el eterno retorno.
4.1.LA VOLUNTAD DE PODER Y EL ETERNO RETORNO
De todas maneras, de todas las interpretaciones posibles del eterno retorno, creemos que la más acertada es la que lo relaciona con una nueva interpretación del tiempo, tal como ha hecho Heidegger. En Grecia hay dos palabras para designar el tiempo: aión (instante indeterminado –y por tanto eterno, plenitud) , y kronos (tiempo de espera, que va de A a B). La cultura occidental ha hecho triunfar la segunda concepción, de manera que incluso el ser ha habido de entenderse como presencia en términos de esta temporalidad. Las implicaciones culturales de este triunfo son inabarcables, desde la negación de la muerte (como ya hemos citado) hasta la negación de la enfermedad y la vejez, o la creación del mito del progreso, la negación de la importancia del dolor como aprendizaje. El tiempo cronológico se reduce a una mera cantidad útil en función de algo (algún sentido anteriormente establecido). Ahora bien, cuando este tiempo es el de nuestra vida, se muestra problemática esta visión. “¿Cómo es posible que haya ciertos instantes válidos por sí mismos? Esto es aíon y esto es el eterno retorno. No es otra cosa que la asunción coherente de la finitud humana (la muerte de Dios, el nihilismo) en sentido estricto.
Entre otras consecuencias de los planteamientos nietzscheanos en relación con la cultura del s. XX, podríamos hablar de la crisis del arte y de su guerra a la representación. Esto entronca claramente con planteamientos nietzscheanos: la verdad (representación) no es importante, sino la misma creación y la acción que ejerce sobre el espectador: se trata de intervenir en él, en lo más profundo de él, de conmoverlo.
5. ANTROPOLOGÍA
Hay que entender que las antropologías contemporáneas, a diferencia de las modernas, ya no son teorías sobre la naturaleza humana, cuyo desarrollo correspondería más bien a la biología, sino teorías sobre la cultura. Y eso es lo que hace Nietzsche, explicar la cultura occidental como una historia de decadencia.
Su primera versión de esta crítica (y de su antropología) está en el Nacimiento de la Tragedia. Para Nietzsche, la decadencia de la cultura occidental se puede expresar con un término: NIHILISMO. La prioridad dada por la cultura occidental, a partir de Platón, a lo apolíneo, frente a lo dionisiaco, es causante de la vaciedad de sentido del mundo presente, ya que se han depositado todas las esperanzas y expectativas en el “otro mundo” (platónico o cristiano). Eso hace que, si Dios ha muerto, entonces no nos queda nada en el más acá.
La asunción de la muerte de Dios puede ser propia o impropia. La primera es la propia del superhombre, que supone una nueva moral, relacionada con la creatividad. La creación es un valor dionisiaco. Por el contrario, el último hombre es aquél que pasa de puntillas sobre el nihilismo: es demasiado cobarde para asumir la muerte de Dios, y ante ello se vuelve frívolo. No sabe si es ateo o agnóstico pero no se toma ese reto con la suficiente seriedad. No asume las consecuencias.
Como vemos en las 3 transformaciones (Así Habló Zarathustra), la humanidad ha ido cambiando históricamente al hilo del nihilismo. El último hombre primero se ve bajo la figura del camello, aquél que carga con el peso de la obligación moral, del imperativo, sin esperar ninguna recompensa a cambio (felicidad, eternidad o beatitud). Esta es la primera aparición del nihilismo que se muestra en el escepticismo kantiano, en la imposibilidad de la metafísica, en el alejamiento progresivo del paraíso prometido. Cuando el camello se hace consciente del engaño de una moral del deber que exige sin poder prometer nada, se convierte en león: “a qué puede obligarnos algo desconocido”. La refutación de la moral es la refutación del león: se quita de un zarpazo todo aquello que supone una carga. Pero el león todavía tiene resentimiento. Cuando el resentimiento se extinga, el hombre se transformará en niño: aquél que no distingue la verdad de la apariencia: las cosas son lo que son en el contexto de nuestra vida (de la voluntad de poder): el sol es la fuente de luz, calor y vida y no una aséptica bola de átomos de Helio en fisión. El niño es el punto de partida para que pueda aparecer una nueva raza sobre la tierra –culturalmente hablando: el superhombre.
El superhombre es el hombre que habiendo atravesado el túnel del nihilismo y asumiendo la muerte de Dios, se apropia de su esencia: el ser creador de sentido. Es el más feliz de los acontecimientos.
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